viernes, 6 de enero de 2023

Reflexión de la Epifanía del Señor


EPIFANIA DEL SEÑOR.

6 de enero de 2023.


Una bonita historia es la que hoy nos presenta el Evangelio. Qué pena que, con esta fiesta, la que hoy conocemos como “los Reyes Magos”, nos hayan tapado esta historia y la hayan trasladado de Belén al Corte Inglés. Es el día de llevar regalos a todos, a los niños y a los no tan niños. Bueno, a casi todos, porque para muchos no habrá regalos, no nos llega el dinero para tanto. Y entre ellos, uno de los que siempre se suele quedar sin los regalos es Jesús, el niño de Belén. Pobres nosotros, que no contamos con ellos en este día. Ni con Jesús ni con sus amigos, los niños que lo pasan mal, las primeras víctimas de las crisis en las que estamos envueltos.

En este día hay tres protagonistas, como nos señalan las lecturas que hoy hemos leído.

El primero de todos es Jesús. Él es la luz que brilla en nuestro mundo. Aquella luz de la que durante todo este tiempo nos ha estado hablando el profeta Isaías. Luz que viene y a la que vamos para que ilumine el camino de nuestras vidas o luz de la que huimos para que no nos veamos envueltos en tantos egoísmos como llenan nuestro corazón. Pero si nos falta la luz no vemos nada, nos llenamos de miedo, nos encontramos perdidos, no sabemos por dónde está el camino de nuestras vidas, vemos fantasmas por todos los lados… la vida es un horror. Déjate iluminar por Jesús, luz verdadera que nuca se acaba. Luz para todos nosotros y para todos los pueblos de la tierra. Conócete a ti mismo y cada día podrás ser mejor, creciendo como hijo de Dios.


Por eso hay unos segundos protagonistas, los Magos del Oriente. Ellos vieron una luz en forma de estrella, y la fueron siguiendo para encontrar a Aquel que es la verdadera luz que ilumina nuestras vidas. Siguen la estrella, preguntan dónde está la verdadera luz cuando la estrella desaparece, siguen las indicaciones que han recibido y al final llegan a la presencia de Jesús. Allí está la verdadera luz. 



La luz en quien reconocen a un rey, al que ofrecen el regalo de oro.  Un rey que tiene su trono en la cruz y que su corona es de espinas.  Un rey que no manda porque tiene poder, sino que manda sirviendo y dando su vida por todos. 

Al niño de Belén le reconocen como a Dios, al que ofrecen el incienso. Un Dios que no está en los cielos, sino un Dios que habita en la tierra acompañando y llevando su fuerza y su amor a aquellos a quienes los hombres dejan abandonados. Es el Dios que ha venido, amigo de los pobres, los leprosos, los enfermos, de los abandonados por la sociedad, de los últimos y de los que no cuentan. 

Y al niño de Belén le reconocen como hombre y le llevan mirra. Es el Dios que se ha hecho uno de nosotros para enseñarnos a ser como El.  Vive como nosotros, siempre a nuestro lado, enseñándonos a ser personas humanas y no animales de dos patas. Porque el verdadero hombre, que ha sido creado por Dios nuestro Padre, es el que se parece a Dios en su manera de vivir y de comportarse. 

Para ellos, para los Magos del Oriente, el Niño Dios es la verdadera luz, la que no se apaga, la que siempre brilla y nos conduce en la vida por caminos de la verdadera felicidad. Y para nosotros, ¿Quién es Jesús, el de Belén?


Y otro protagonista es Herodes. Es el que tiene miedo a la luz, porque tiene mucho que esconder. De bueno no tiene nada. Está vendido a los poderes del imperio romano. Y no quiere adversarios. Ante la luz que ha llegado sólo tiene una intención: apagarla, llenar el mundo de oscuridad para que nadie vea su maldad. Herodes siempre a lo suyo y nunca para los demás. El no llevó a Belén no oro ni incienso ni mirra. Solo llevó destrucción y muerte, acabando con los niños de aquella tierra, con los Santos Inocentes. Con aquellos que no tenían culpas, porque la única culpa la tenía Herodes. Nosotros hay veces que nos parecemos a ese rey tirano. Cuando vemos en los demás no hermanos sino enemigos, gentes llenas de faltas, defectos, mala vida. Gente de la que lo mejor que podemos hacer es estar lejos de ellas, que se arreglen como puedan.


 ¿Sabéis una cosa? ¿A que no estaría mal que cada día seamos menos Herodes y nos acerquemos más a los Magos del Oriente?

La pregunta ahí queda. La respuesta está en cada uno de nosotros. Pero no os olvidéis. Todo es cuestión de estar a la luz para que podamos vernos y conocernos. Y así alcanzar la mejor respuesta, de palabra y de obra.

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