"¡Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre!".
“Mi apreciado joven - le dijo el profesor - nunca tenemos que divertirnos a expensas de los demás y menos aún si son pobres. Porqué no hacemos lo contrario. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda de oro en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver que cara pone y cual sea su reacción cuando las encuentre”.
Eso hicieron y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El anciano, terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos.
Al deslizar el pie en el zapato, sintió algo extraño dentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Pasmado, se preguntó quien la había introducido. Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar. Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no veía a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue mayor aún al encontrar la otra moneda. Se sobrecogió; cayó de rodillas y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente oración de agradecimiento en voz alta, pidiéndole perdón a Dios por haber desconfiado de su Providencia. Dijo: "Mi fe se había debilitado por la enfermedad de mi esposa sin poder pagar al médico o comprar las medicinas; porque habíamos agotado el pan y mis hijos tenían hambre; porque no tenía con qué comprar semillas... Pero tú, Señor has enviado una mano amiga para aliviarme ¡Bendito seas Señor!"
El estudiante quedó profundamente impresionado y el que, en principio quería reirse de aquel acabó llorando junto a él.
- “Ahora, le dijo el profesor, ¿no encuentras más complacencia que si hubieras gastado una jocosa broma?”
El joven respondió: "Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo que antes no entendía: Que hay mayor felicidad en dar que en recibir".