viernes, 18 de marzo de 2011

CARTA PASTORAL ANTE EL DÍA DEL SEMINARIO + VICENTE JIMÉNEZ ZAMORA Obispo de Santander


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EL SACERDOTE, DON DE DIOS PARA EL MUNDO
Carta Pastoral
ante el Día del Seminario 2011
+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
“El sacerdote es un don del corazón de Cristo:
un don para la Iglesia y el mundo (Benedicto XVI, Ángelus 13.06.2010).
Queridos sacerdotes, diáconos, miembros de vida consagrada,
seminaristas y fieles laicos:
El día 19 de marzo es la solemnidad de San José, “esposo de la
Bienaventurada Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David,
que hizo las veces de padre para con el Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual
quiso ser llamado hijo de José, y le estuvo sujeto como un hijo a su padre.
La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor
constituyó sobre su familia” (Elogio del Martirologio Romano).
En esta solemnidad de tanto arraigo popular, en la mayoría de las
Diócesis españolas, se celebra el Día del Seminario. Una jornada para dar
gracias a Dios por el don de los sacerdotes y para orar por las vocaciones
sacerdotales: “La mies es abundante, pero los trabajadores con pocos;
rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,
38).
El Día del Seminario es una llamada que nos invita a pedir a Dios
por nuestro Seminario de Monte Corbán, Mayor y Menor; por los
formadores y profesores; por los seminaristas; por las personas a su
servicio; por las familias de los alumnos y por los bienhechores del
Seminario.
2
Valor del Seminario
“Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E
instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”
( Mc 3, 13-14). El Seminario antes que un lugar o un espacio material, es
un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorece y
asegura un proceso formativo, de manera que el que ha sido llamado por
Dios al sacerdocio puede llegar a ser, con el sacramento del Orden, una
imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia. Vivir en el
Seminario, escuela de Evangelio, es vivir en el seguimiento de Cristo como
los apóstoles (cfr. PDV, 42).
El texto anterior se refiere directamente al Seminario Mayor, pero
debemos resaltar también hoy el valor del Seminario Menor, como lo
reafirma la Iglesia: “La Iglesia, mediante la institución de los Seminarios
Menores, presta un especial cuidado, un discernimiento inicial y un
acompañamiento a estas semillas de vocación sembradas en los corazones
de los muchachos. En varias partes del mundo estos Seminarios continúan
realizando una preciosa labor educativa dirigida a custodiar y desarrollar
las semillas de vocación sacerdotal, para que los alumnos la puedan
reconocer más fácilmente y se hagan más capaces de responder a ella. Su
propuesta educativa tiende a favorecer oportuna y gradualmente aquella
formación humana, cultural y espiritual que llevará al joven a iniciar el
camino en el Seminario Mayor con una base adecuada y sólida”(PDV, 63).
Todos los diocesanos debemos valorar y amar al Seminario de Monte
Corbán como algo nuestro, porque el Seminario es el corazón de la
Diócesis (OT, 5) . El Seminario es cosa y casa de todos: los seminaristas,
los formadores y profesores con el obispo, los padres de los seminaristas,
las personas de servicio, las parroquias de las que proceden los seminaristas
y a las que serán destinados cuando sean sacerdotes, los consagrados que
ofrecen su oración y apoyo. En resumen, todos debemos llevar el
Seminario en la mente y en el corazón, porque ahí se forman los futuros
sacerdotes al servicio de la Iglesia y de la sociedad. De ahí que el
Seminario sea la esperanza de la Diócesis y uno de los bienes más
preciados.
Nuestro afecto cordial al Seminario debe manifestarse también a
través de la ayuda económica para sus obras y sostenimiento mediante
colectas y donativos.
3
El sacerdote, hombre de Dios para los hombres
El lema de la campaña de este año, El sacerdote, don de Dios para el
mundo, expresa el origen y el destino del sacerdocio. Al responder a la
llamada del Señor para seguirle y estar con él, dejándolo todo, el sacerdote
adquiere, por la eficacia del sacramento del Orden, una nueva condición,
un nuevo modo de ser y estar en el mundo, desde Dios y en favor de todos
los hombres. La evangelización y el apostolado constituyen un aspecto
esencial de su identidad ministerial, que adquieren una especial relevancia
en un mundo marcado por la secularización y la increencia.
El Santo Cura de Ars decía: “un buen pastor, un pastor según el
corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder
a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia
divina”.
Nuestros sacerdotes, mediante el testimonio de una vida sencilla y
entregada, aunque sometida a la fragilidad propia de la condición humana,
son la presencia amorosa de Dios en medio de los hombres de nuestro
tiempo. “Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación
de los hermanos, van configurándose a Cristo y han de darte así testimonio
constante de fidelidad y amor” (Prefacio de la Misa de Jesucristo, Sumo y
Eterno Sacerdote).
Por eso, desde estas líneas doy gracias a Dios por el regalo de
nuestros sacerdotes diocesanos, les agradezco de corazón su servicio fiel a
Dios y los hombres y les ofrezco la certeza de mi oración.
Llamada a los jóvenes
En este apartado de mi carta pastoral, una vez más me dirijo
directamente a ti, joven de nuestra Diócesis de Santander, ante el Día del
Seminario y en el horizonte de la preparación de la Jornada Mundial de la
Juventud en Madrid, en agosto de 2011, te digo:
 Ponte en actitud de escuchar la voz de Dios y dile como el joven
Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3, 9). Y si
te habla, contéstale con prontitud: “Aquí estoy, porque me has
llamado”(1 Sam 3, 5).
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 Pídele al Señor generosidad y valentía para no bajar la mirada
ante la de Jesús, como el joven rico del que habla el Evangelio,
que no tuvo el coraje de dejar los bienes materiales (cfr. Mt 19,
16-22).
 Sé valiente para no quedarte enredado en la seducción de los
placeres fáciles del mundo y para dejar en la playa de tu vida
todos tus proyectos e ilusiones en que hasta ahora venías soñando.
¡Qué difícil dejarlo todo, pero, al mismo tiempo, qué alegría
sentir en tu corazón la llamada de amor y predilección de Jesús,
que es tu mejor amigo! ¡Cristo será entonces el verdadero tesoro
de tu vida por el que merece la pena dejarlo todo! (cfr. Mt 13,
44).
Promover la pastoral vocacional en la Diócesis
La vocación sacerdotal es un don para el propio destinatario, pero es
también un don para toda la Iglesia, un bien para su vida y misión. Por eso
toda la Diócesis está llamada a custodiar ese don, a estimarlo y amarlo.
Es urgente, sobre todo hoy, que se difunda y arraigue la convicción
de que todos los miembros de la Iglesia Diocesana, sin excluir ninguno,
somos responsables de las vocaciones sacerdotales, aunque la obligación de
renovar y completar el propio presbiterio diocesano afecta de modo
especial al obispo y a los sacerdotes.
El Papa Benedicto XVI acaba de publicar el Mensaje para la próxima
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 15 de
mayo, cuarto domingo de Pascua, bajo el lema: “Proponer las vocaciones
en la Iglesia local”. Es un texto precioso, claro e interpelante, en el que nos
invita a todos los cristianos a asumir conscientemente el compromiso de
promover las vocaciones. Transcribo un largo párrafo significativo:
“También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener
la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a
encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia
voluntad con la suya […] Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz
del Señor parece ahogada por “otras voces” y la propuesta de seguirlo,
entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda la
comunidad cristiana, todo fiel, debería asumir el compromiso de
promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que
muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la
consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al
5
decir “sí” a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento, como he hecho con
aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes escribí:
“Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio
tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad
de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que os reúne en la Iglesia
universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener
presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera” (Carta a
los seminaristas, 18 octubre 2010).
Llamada a la esperanza
Ante la tarea importante y urgente de las vocaciones sacerdotales,
exhorto encarecidamente a todos los diocesanos a mantener viva la llama
de la esperanza, en medio de las dificultades y preocupaciones, a poner la
confianza en Dios: “La esperanza no defrauda” (Rom 5, 5). La esperanza
no es una mera ilusión. Se apoya en el cumplimiento de la promesa de
Jesús: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los
tiempos” (Mt 28, 20).
Conscientes de la acción constante del Espíritu Santo en la Iglesia,
creemos firmemente que nunca faltarán sacerdotes en la Iglesia y Dios nos
dará pastores según su corazón (cfr. Jer 3, 15).
Al patriarca San José, que cuidó de Jesús, el Sumo y Eterno
Sacerdote, y a la Virgen María La Bien Aparecida tan querida y venerada
en nuestra tierra, encomendamos nuestro Seminario de Monte Corbán y la
obra de las vocaciones sacerdotales.
Con mi afecto y bendición,
+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
Santander, 1 de marzo de 2011